Se mueven atentos entre los coihues y lengas, árboles que con los años se convierten en una oportunidad de hacer familia, de criar. Esta maravilla de los bosques templados del sur de Chile construye hogar no solo para su familia: cachañas, chunchos, cometocinos, concones y hasta monitos de monte son algunos de los que anidan en las cavidades que construye el gran arquitecto de los bosques: el carpintero magallánico.
Pocos carpinteros reutilizan nidos, a este tipo de cabeza roja y su pareja negra como el carbón, les gusta hacer casas nuevas. Cada año, tienen el desafío de encontrar un nuevo árbol donde alimentarse y criar, pero, paradójicamente, no puede ser un árbol joven. Para su arquitectura, los carpinteros necesitan un árbol abuelo, uno que haya vivido lo suficiente para que su madera se ablande, se descomponga y así poder poder cavar, cavar y cavar, hasta alcanzar la larva que siempre supo que estaba ahí.
Los bosques viejos son vitales y toman tiempo, son el hogar del carpintero y el de una red de animales que anidan, movilizan semillas y diversifican la vida.
Cuando vean un carpintero ocupado en un tronco, recuerden que con ese ímpetu se forja la oportunidad de tener descendencia y ayudar con la de muchos otros, pero que antes de todos ellos, hubo coihues y lengas que lograron convertirse en abuelas y abuelos.