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María Sybilla Merian: conquistadora de lo imposible

Maria Merian

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Cuando Maria Sybilla Merian tenía 13 años, recibió un regalo curioso: unos gusanos de seda, de esos blancos y gordos. Los cuidó con mucha dedicación, tal como cuidaba a los escarabajos que cazaba en su patio, los alimentó con lechugas, y cuando se transformaron en pupa, los guardó en una casita de papel. De esas crisálidas salieron polillas blancas, que después pusieron huevos y se convirtieron en nuevas orugas. Quedó fascinada y quiso dibujarlas, algo que hacía desde muy chica. Maria creció rodeada de artistas: su abuelo se dedicaba al grabado y a las impresiones, su tío también y su padrastro era pintor. Le encantaba dibujar y pintar, pero su mamá se oponía a que la niña siguiera ese camino en vez de dedicarse a “cosas de mujeres”. Sin embargo, un día su padrastro descubrió los dibujos que Maria Sybilla Merian hacía en secreto cada noche y quedó tan impresionado, que la convirtió en su alumna.

Desde ese momento, sus observaciones se volvieron cada vez más agudas, a pesar de que, en esa época -año 1660 en Alemania-, se creía que las orugas y gusanos nacían por generación espontánea desde la podredumbre y que, por lo tanto, debían de ser una obra del diablo (y quienes las estudiaban, brujas, por supuesto). Los gusanos de seda, eran los únicos que se salvaban, porque no podía ser satánico algo que producía una fibra tan fina. Pero Maria Sybilla tenía muchas preguntas: ¿Este proceso mediante el cual la oruga se transformaban en mariposa, era algo que hacían todos los gusanos y orugas o estaba reservado para los gusanos de seda? Su curiosidad la llevó a recolectar cientos y cientos de orugas en su vida y registrar cada uno de sus cambios. Nada se escapaba a sus ojos. Esta fascinación la mantuvo durante el resto de su vida, convirtiéndose en la primera en documentar todas las etapas de desarrollo de las mariposas, con ilustraciones y grabados muy detallados, que incluían las plantas hospederas de cada especie, algo que nadie había hecho en esa epoca. 

Esas son solo algunas de las razones por las que admiramos a Maria Sybilla Merian y la recordamos en este 8 de marzo.

Técnica y oficio

Maria Sybilla Merian nunca reveló la técnica que usaba para crear sus pigmentos, los que no se borraban ni deslavaban con nada. Con la venta de esas pinturas y lo que ganaba haciendo clases de bordado a mujeres en Núremberg, pudo publicar su primera serie de ilustraciones florales a los 28 años. La colección eran 12 impresiones que diseñó como patrones de bordado para sus alumnas a través de un largo proceso: primero las dibujaba, luego las grababa en planchas de cobre y después transfería una a una y pintaba a mano con acuarelas.  

Su pasión por el desarrollo de las orugas nunca cesó, de hecho, se intensificó y se transformó en su primera publicación científica: “Caterpillars, their wondrous transformation and peculiar nourishment from flowers”, destacando la relación entre cada especie y planta de la que se alimenta. El libro estaba en alemán, un acto rebelde para la época: el lenguaje científico oficial era el latín, entendido sólo por hombres que tuvieran acceso a la educación universitaria. 

Maria Sibylla era muy religiosa, lo que contrastaba con la creencia de la época de que las orugas y gusanos eran diabólicos. De hecho, creía que Dios les había dado la sabiduría de reconocer el tiempo y orden, y por eso las mariposas sabían perfectamente cuándo y donde dejar sus huevos, para que estos pudiesen alimentarse y sobrevivir.  Y que su posterior metamorfosis y resurgimiento en seres alados era un símbolo de resurrección. Esa misma religión la llevó a Holanda a vivir en una comunidad, donde junto a sus dos hijas conocieron las historias de viajeros que visitaban la colonia neerlandesa en Suriname y traían ejemplares exóticos de reptiles, plantas y muchas, muchas mariposas. Así que, a sus 52 años, a Maria Sybilla se le fijó una idea: tenía que ir a Sudamérica y ver todos esos insectos por sí misma. En la cabeza de naturalista, su viaje a Suriname ya había comenzado. 

El viaje a Surinam

Y un día de 1699, Maria Sybilla embaló sus frascos, libros, pinturas, pinceles y lupas y partió a Suriname junto a su hija. Fueron muchos los que trataron de disuadirla: por ser mujer, por tener 52 años, por ir sin un hombre, porque era muy lejos, porque era la selva. Pero nadie le sacó de la cabeza todas esas mariposas y orugas que vio en las colecciones de los viajeros que volvían del país americano. 

Pero lo primero que la impresionó no fueron los insectos, sino lo mal que trataban los colonos holandeses a los nativos y esclavos africanos que trabajaban en las plantaciones de caña de azúcar. Muchos de estos mismos colonos se burlaban de ella y su hija, dos mujeres corriendo por todas partes tratando de atrapar mariposas que volaban muy alto.

Maria Sybilla recolectaba orugas (más de una vez se toparon con alguna venenosa) y las alimentaba con hojas de las  plantas en donde las encontraban. Dos orugas que sacó de unas rosas y eran aparentemente iguales, se transformaron en mariposas muy distintas entre sí. María Sybilla, sin saberlo, presenció algo que se describiría muchos años después como dimorfismo sexual. Fue una adelantada también en preocuparse, cien años antes que Humboldt, por la cantidad de mocultivos de caña de azúcar. No entendía por qué no se fomentaba la plantación de frutas locales, como el pomelo y los higos.

Maria Sybilla Merian quería mirar la impenetrable selva desde dentro y, para eso, le dijeron que tendría que llevar consigo a dos nativos, quienes la acompañaron y guiaron todo el tiempo. Rápidamente se hicieron amigos. Ella hacía muchas preguntas, ellos respondían todo lo que podían y le llevaban a su casa orugas e insectos que encontraban. Le contaron sobre los animales que vivían ahí, los nombres de las plantas y sus usos medicinales. Una de ellas, escribió después, era utilizada por los nativos para abortar y evitar que sus hijos se transformaran en esclavos. Le contaron también que muchos africanos se suicidaban porque creían que renacerían libres, en sus tierras.

De este viaje nació su libro más emblemático, el que publicó utilizando una ingeniosa manera de financiarlo. ¿Se imaginan cuál? 

Abrir camino a la ciencia, al arte y a las mujeres

Después de dos años, cientos de mariposas colectadas, aún más observaciones, encuentros con muchas orugas venenosa y más dibujos de los que había hecho en toda su vida, Maria Sybilla Merian volvió a Holanda. Ya en Ámsterdam, no paró más de dibujar, grabar y pintar. Amigos que vieron sus dibujos la instaron a publicar un libro, pero como no tenía el dinero para imprimir, usó un método muy ingenioso para la época: suscripciones en verde. 

Le escribió a todos sus conocidos, científicos y coleccionistas, para decirles que podían encargar por adelantado su libro con 60 ilustraciones de los insectos más increíbles de Surinam por un precio reducido, y, si pagaban un poco más, la oferta se ponía aún mejor: podían acceder a una edición pintada a mano. Nadie sabe muy bien si vendió muchos, o solo suficientes, pero todos coinciden en que esta estrategia la hizo muy conocida, y de la mejor forma, lo cual resultaba vital para la época. En esos días, aún quemaban mujeres por considerarlas brujas, y creer que las orugas se convertían en mariposas estaba muy cerca de eso.   

De ese intenso trabajo -y con la ayuda de sus hijas- nació el libro “Metamorfosis de los insectos de Surinam” (“Metamorphosis insectorum surinamensiu”). Cada ilustración se compone de orugas y mariposas, otros insectos, lagartijas, aves, frutas y, por cierto, plantas hospederas, todo en tamaño real y con detalles como hojas a medio morder, representando la estrecha relación entre los insectos y las plantas dibujadas. El libro presentó especies desconocidas por naturalistas europeos y le valió reconocimiento en los círculos científicos. Entre 1675 y 1771, sus tres libros (uno póstumo publicado por su hija), se reeditaron más de diez veces. 

A diferencia de los anteriores, el prólogo de este libro no se centra en Dios ni en ella como servidora, sino en los nativos que la guiaron en Surinam, sus conocimientos y modos. Muchas ilustraciones están acompañadas de enseñanzas y observaciones que aprendió de ellos. 

Después de su muerte, en 1717, muchas de sus pinturas fueron compradas por el Zar de Rusia y nueve especies de mariposas, dos escarabajos y seis plantas fueron bautizados con su nombre. 

María abrió caminos que hasta hoy son tierra firme de científicas, artistas, madres y mujeres. 

Texto: Alejandra Olguín

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