El gorrión es un ave pequeña y muy común en la ciudad, quizás por eso no solemos ponerle mucha atención, pero su historia de vida revela una de las asociaciones más profundas y plásticas con la vida de las personas, desde lo que construimos a lo que comemos se entrelaza con los hábitos de reproducción y crianza de las numerosas familias de Posser domesticus que nos rodean (Así los llama la ciencia 😉
Cuando empieza la temporada de calor, los huevos de gorrión y otras aves urbanas eclosionan y convierten la vida de padres y madres en una búsqueda incesante de alimento para sus pichones. Vuelos permanentes entre el nido y sus alrededores, hacen que restos de pancitos y almuerzos sean siempre bienvenidos, pero la necesidad de proteína los motiva a leer con mucha más astucia el universo que comparten con nosotros.
¿Se han fijado que casi siempre hay gorriones rodeando autos estacionados? O, ¿veredas acompañadas de arbustos? La primera es fácil de adivinar, con lo que nos gusta comer en el auto, imagínense el festín que se pueden dar cada vez que abrimos la puerta y dejamos caer todas esas migas impregnadas de cosas ricas. Pero ahí no termina la historia, porque además de migas, nuestros autos mueven decenas de insectos que de un momento a otro, se encontraron con un parabrisas o un radiador. O sea, un perfecto restorán de proteínas.
El vuelo de un gorrión jamás le permitiría cazar una mariposa en pleno vuelo, ni diurna ni nocturna, pero han aprendido a corretearlas en sus momentos más torpes, cerca del suelo o entre hojas de arbustos y con el tiempo, descubrieron que nuestro hábito de manejar a gran velocidad, produce un perfecto comedor para compartir con sus exigentes pichones.
Alfredo y María vincularon sus registros de Gorrión y Mariposa de la tarde y descubrieron que con ingenio, hasta la mayor agilidad puede ser derrotada.
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